Encuentro en París…

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El conde de Aranda (1719-1798).

En aquél frío anochecer de finales de 1776, don Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda y embajador de España en París, aguardaba impaciente una visita muy especial. El encuentro debía realizarse con la máxima discreción, dada la procedencia de sus visitantes y la comprometida situación en la que quedaría España si aquélla cita salía a la luz pública, en especial si llegaba a conocimiento de los ingleses.

Pese a su experiencia diplomática, el carácter secreto de esta entrevista le tenía particularmente nervioso, así como el hecho de no saber mucho sobre sus interlocutores, salvo lo que había oído sobre el más famoso de ellos: Benjamin Franklin. Hombre hecho a sí mismo, leído y viajado, era conocido por sus diversos descubrimientos y aportaciones científicas, conferencias y artículos publicados. Un hombre ilustrado, como el propio Aranda, aunque muy diferente en sus principios y concepciones políticas.

  • “Todo un personaje ese Franklin –musitaba el conde de Aranda mientras apuraba un habano en su biblioteca-, un tipo inteligente, polifacético y carismático, sin duda”.

Benjamin Franklin, Silas Deane y Arthur Lee eran los emisarios a los que esperaba un inquieto Aranda. El Congreso de Filadelfia del 26 de septiembre de 1776 les había enviado a Europa para defender su causa, recabar el reconocimiento de los Estados Unidos y conseguir lo más urgente, mayor ayuda financiera y una directa implicación militar de las potencias europeas para tener posibilidades reales de vencer en la ya declarada guerra abierta.

Se habían dirigido a París para recabar el apoyo de Francia y, de paso, tantear a España por medio de su embajador. Dicha elección no era casualidad, para tener posibilidades de derrotar a la poderosa Inglaterra, debían ganarse el apoyo de las dos grandes potencias del viejo continente que podían decantar la balanza a su favor.

Ambas naciones, aliadas por los Pactos de Familia, tenían muchas cuentas pendientes con los ingleses, algunas muy frescas en la memoria… La Guerra de los Siete años (1756-1763) les había supuesto una derrota en toda regla. Francia había sido humillada al perder el Canadá y la Luisiana -siendo prácticamente echada de América salvo algunas pequeñas islas en el Caribe que pudo conservar- mientras que España quería recuperar Gibraltar, Menorca y Florida, en manos inglesas.

El Conde de Aranda apuraba su habano, repasaba sus notas y recordaba como hace pocos meses, antes de que los Estados Unidos proclamaran unilateralmente su independencia (4 de julio de 1776), él ya había escrito desde París para que España ayudara a los colonos.

Así se había hecho, Francia y España habían financiado con un millón de libras tornesas cada una los fusiles, cañones, uniformes, plomo, tiendas de campaña y algunos oficiales para instruir a las milicias… El objetivo era debilitar a los ingleses en una guerra que se alargara pero sin entrar directamente en ella, de ahí el carácter confidencial de aquél encuentro. España no quería provocar a Inglaterra y entrar en guerra, no al menos de momento…

Poco después de las ocho de la noche, tres sombras bajaban del coche de caballos y salvaban un gran charco para alcanzar con paso firme el zaguán de la residencia del embajador español en París.

  • Toc, toc, toc, toc, toc. (los cinco golpes convenidos)

Aranda, ensimismado en sus pensamientos sobre la reunión y el papel que debía jugar en ella –sobre todo escuchar y sacar información sobre el devenir de la causa de aquellos Estados Unidos-, se sobresaltó y apagó con rotundidad el habano en el cenicero de plata.

Se apresuró a abrir para hacerles entrar con celeridad, echando un vistazo a ambos lados de la calle para cerciorarse de que nadie había seguido a sus visitantes. Sin mayores preámbulos les condujo hasta la biblioteca donde podrían hablar tranquilos. En aquél palacete de tres plantas, sólo su esposa se encontraba en su gabinete de la segunda planta. No quería testigos incómodos y todo el servicio tenía la noche libre…

  • Mister Aranda, nice to meet you. Let me introduce you to Mr. Dean and Mir. Jale, my colleagues in this mission…
  • Excuse moi, mister Franklin…
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Benjamin Franklin (1706-1790).

Aquél encuentro no iba a ser fácil. Aranda, curtido diplomático, hablaba bien francés pero no inglés, todo lo contrario que Franklin. Los otros dos apenas contaban ni intervinieron; Dean no sabía casi francés y Lee ni pajolera idea. Hablar en español tampoco era una opción.

Chapurreando el inglés Aranda y el francés Franklin, a veces escribiendo pequeñas notas y otras interpretando las palabras y gestos del contrario, Aranda y Franklin, se tantearon mutuamente y acabaron entendiéndose, al menos en lo fundamental.

Tras ese primer encuentro y otros celebrados en 1777 –ya con traductor- Aranda escribió a la Corte exponiendo su convencimiento de la futura grandeza de aquellos Estados Unidos, la oportunidad de establecer relaciones de amistad dadas las posesiones españolas en América y el apoyo que España debía darles sin reservas en la guerra contra Inglaterra.

Pese al entusiasmo de Aranda, en Madrid se mantenía una prudente distancia. La ayuda española continuó de manera indirecta y encubierta, enviándose armas, mantas, quinina y pertrechos a través de Francia, España y desde la América española- La Habana y Nueva Orleans-. España sólo entró en guerra en 1779, a rebufo de Francia, aunque dicha intervención jugó un papel decisivo para decantar la contienda.

En 1783, reconocidos los Estados Unidos por Inglaterra y recuperadas Menorca y la Florida para España –no así Gibraltar que ahí sigue- el conde de Aranda escribía desde París una vez pasado su fervor inicial por aquella nueva nación, avisando de su inquietante papel hegemónico en el futuro.

  • “Esta república federal nació pigmea por decirlo así, y ha necesitado del apoyo y fuerzas de dos estados tan poderosos como España y Francia para conseguir la independencia. Llegará un día en que crezca y se torne gigante y un coloso temible en aquellas regiones. Entonces olvidará los beneficios que ha recibido de las dos potencias, y sólo pensará en su engrandecimiento…”.

El oro de Atahualpa…

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La celada de Cajamarca según Felipe Guamán Poma de Ayala retrató en su «Primer nueva crónica y buen gobierno» (1615).

Ríos de tinta se han escrito sobre lo que aconteció aquél mes de noviembre de 1532 en el corazón del incario y varias son las certezas al respecto que conocemos hoy en día. Sí que está claro que Atahualpa cayó en una celada tendida por lo españoles al mando de Francisco Pizarro –la única manera de que los 170 españoles a las órdenes del extremeño se impusieran a los miles de guerreros incas era empleando la argucia y el arrojo de aquellos aventureros con el claro objetivo de descabezar y atrapar a aquél dios intocable para los incas, un dios al que ni siquiera sus súbditos podían mirar a los ojos-.

Así se hizo, por sorpresa y con diligencia, estableciéndose un rescate por su vida que provocó que el oro y la plata llegaran a raudales a aquella habitación de Cajamarca para provecho de los españoles y ninguno del cautivo, pues el ínclito y desventurado Atahualpa fue ejecutado después en una decisión no exenta de polémica ni del todo explicable.

Quiero precisamente centrarme en aquél fabuloso tesoro y en las ingentes cantidades de metales preciosos que los españoles se repartieron como botín, al menos de lo que oficialmente se dio cuenta entonces…

Pedro Sancho de la Hoz, escribano de la expedición, dio rúbrica oficial a dicho reparto y se mandaron las cuentas a la Corte, como era menester, apartando el quinto real. El oro y la plata fundida y convertida en barras o lingotes ascendieron a 1,3 millones de pesos y 50.000 marcos de plata. Lógicamente, las sospechas y algunas denuncias de ocultación de importantes cantidades a los ojos de la Corona fueron abundantes y se sospecha con verosimilitud que hubo otras cuentas paralelas o sin anotar, beneficiando no sólo, pero sí sobre todo, a los hermanos Pizarro.

¿Cuánto le tocó de aquél reparto a Francisco Pizarro? El capitán de la expedición, una vez alcanzado al fin el triunfo que le haría dominar el Perú y pasar a la posteridad tras dos expediciones fallidas anteriores y mil penalidades, se quedó, lógicamente, con la mejor parte del pastel.

 

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Retrato de Francisco Pizarro.

Si hablamos sólo del reparto del tesoro de Atahualpa y de lo que se consignó en el documento público por Sancho de la Hoz, al capitán extremeño le correspondieron unos 300 kilos de oro y 600 kilos de plata. ¿Cómo se quedan? Eso sólo en el oro y plata fundidos en aquella primavera de 1533, sin contar algunas piezas impresionantes que se apropió como un trono de oro macizo valorado en 25.000 pesos y mucho más que no fue consignado…

Esteban Mira Ceballos, doctor en Historia de América por la Universidad de Sevilla, es quien nos da esa cifra impresionante de los 300 kilos de oro y 600 de plata que correspondieron al capitán extremeño en su reciente e interesante libro sobre Francisco Pizarro. Para los lectores que siempre ven referencias a pesos de oro, maravedíes, castellanos, escudos,… de compleja homologación o equivalencia en la actualidad, Mira Ceballos facilita la traslación del valor de lo que entonces se repartió en aquellas fechas y es de agradecer.

Los hermanos de Pizarro –Hernando, Juan y Gonzalo– además de Hernando de Soto, socio de la expedición, se quedaron por su parte con el doble de lo correspondiente a los caballeros, aproximadamente 80 kilos de oro y 160 kilos de plata. Los infantes por su parte, la mayoría del grupo, recibieron en torno a 20 kilos de oro y 40 de plata. Recordemos que la composición de las huestes de Pizarro que llegaron a Cajamarca la componían unos 110 hombres a pie y 60 a caballo.

Estas ingentes sumas hicieron inmensamente ricos a aquellos aventureros en lo más profundo del incario, aunque ello no supuso gozar de un futuro acomodado y garantizado para todos. La abundancia de oro y plata en manos de los españoles desató un alza en los precios realmente brutal, sobre todo en los productos que ellos más demandaban (caballos, herramientas, textiles,…), lo que dio pie a que esas fortunas se dilapidaran con bastante celeridad en muchos ocasiones. Además, influyó el negativo efecto del “nuevo rico”; en bastantes casos se trataba de analfabetos o semianalfabetos que se veían de la noche a la mañana con una fortuna y poco seso con el que administrarla.

Pero también es cierto que, tras la caída de Atahualpa y el reparto del botín, Francisco Pizarro dio permiso a sus hombres para regresar a Panamá o a Castilla, en especial a aquellos enfermos, heridos o veteranos que deseaban retirarse. Unos 60 aceptaron el ofrecimiento y tomaron el camino de retorno, llegando a Castilla varios de ellos donde llevaron una vida de lujo y ostentación merced a sus ganancias en el Perú. Otros no tuvieron tanta suerte y la Corona incautó o bloqueó los metales que algunos de ellos trataron de introducir en su tierra por supuestas o veraces irregularidades con el fisco.

Como le escuché al escritor colombiano William Ospina –autor de una muy recomendable trilogía sobre la expedición de Pedro de Ursúa en busca del Dorado- el concepto y uso del oro y la plata entre ambos mundos era muy diferente, algo que conviene tener en cuenta y a menudo se olvida.

Mientras los indios decoraban su cuerpo con brazaletes, anillos, colgantes y hacían objetos ricamente trabajados, los españoles se incautaban de ellos para fundirlos y realizar barras o lingotes. Los naturales no comprendían como objetos tan bellos por ellos elaborados fueran destruidos y convertidos en algo tan feo y tosco como un lingote. Los españoles, por su parte, inmersos en la economía mercantil, acaparaban el oro y plata que les haría ricos, mientras los indios utilizaban en sus transacciones comerciales la lana, el cacao y otros productos en una economía donde el trueque era la base.

Dos mundos muy diferentes amigos, juzgar es muy fácil y ciertamente imprudente desde nuestra visión del siglo XXI. Póngase en aquellos tiempos y circunstancias para comprender más y mejor…

Mateo Alemán, el «bestseller» que murió pobre en la Nueva España…

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Mateo Alemán (Sevilla, 1547 – México, 1614).

Mateo Alemán (Sevilla, 1547 – México, 1614) es un personaje sumamente atractivo que hoy casi nadie recuerda. Este sevillano judeoconverso escribió el primer gran “bestseller” de la literatura del siglo de Oro, alcanzando un éxito brutal con su “Guzmán de Alfarache”, novela picaresca que se difundió muy pronto masivamente por España y por Europa. Sin embargo, su origen, las envidias, sus negocios turbios, las deudas y otros factores hicieron que se embarcara hacia las Indias y que muriera pocos años después, pobre y olvidado, en la capital de la Nueva España

Con Miguel de Cervantes le unen varias coincidencias y muchos ven en el “Guzmán de Alfarache” una influencia decisiva en la inmortal novela que dio vida al ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. Ambos autores nacieron el mismo año, 1547, los dos estuvieron presos en Sevilla por las mismas fechas –puede que hasta se conocieran en su cautiverio-, publicaron sus novelas en dos partes (Mateo Alemán en 1599 y 1604; Cervantes en 1605 y 1615) y ambos vieron con enojo como veían la luz versiones apócrifas de sus novelas entre ambas entregas.

Un último factor que les une es que los dos pidieron licencia para pasar a las Indias. Cervantes lo intentó en dos ocasiones sin conseguirlo. Alemán también, una primera en 1582 y la segunda, en 1607, cuando finalmente la obtuvo aunque para ello tuviera que ceder sus propiedades a Pedro Ledesma, secretario del Consejo de Indias, y también sus derechos sobre el “Guzmán de Alfarache” en Castilla y Portugal. Su falta de limpieza de sangre pesó mucho en estas decisiones para que no se le impidiera viajar a las Indias…

La licencia consta en la Casa de Contratación del Archivo de Indias para pasar junto “con sus hijos Francisca, Margarita y Antonio Alaeman, y con su sobrina Catalina Alemán, hija de Juan Agustín de Alemán, todos naturales y vecinos de Sevilla, a Nueva España”. También le acompañaron dos criados. Hoy se sabe que la tal Francisca no era su hija sino su amante Francisca Calderón, con quien llevaba años de relaciones, pues su matrimonio previo con Catalina de Espinosa había sido un mero trámite de extrema necesidad para saldar unas deudas y evitar la cárcel.

Pese al fulgurante éxito de su novela, Mateo Alemán no se benefició más que de una ínfima parte debido a su origen, sus pleitos, deudas y negocios poco claros, llevándose la mayor parte del caudal los impresores, tanto españoles como europeos que tradujeron su obra con celeridad y sin su permiso a los principales idiomas (italiano, francés, alemán, inglés,…). El tema del respeto a la autoría no se seguía mucho en aquellos tiempos…

Su decisión de trasladarse a la Nueva España junto a su amante e hijos quizás se debió a su hartazgo de Sevilla y las sombras que siempre se cernían sobre él por su origen y condición, la usurpación de su principal obra y, finalmente, el deseo de vivir tranquilo junto a sus seres queridos en aquél Nuevo Mundo, huyendo de un pasado muy agitado y de un matrimonio de conveniencia.

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Fray García Guerra, arzobispo (1608-1612) y virrey (1611-1612) de la Nueva España

En la flota que finalmente le llevó a América en 1608 coincidió con Fray García Guerra, quien viajaba como nuevo arzobispo de México y con él que trabó una fluida relación de amistad.

De hecho, Fray García Guerra se convirtió en su protector, primero como arzobispo y luego como virrey, aunque fuera por poco tiempo. En 1611 asumió el cargo de virrey tras la marcha a Madrid del veterano Luis de Velasco, pero la mala fortuna hizo que una fatídica caída del carruaje complicara su salud y acabara con su vida apenas un año después.

No mucho se sabe con certeza de los poco más de cinco años que un sexagenario Mateo Alemán vivió en la Nueva España. Sí que allí publicó su “Ortografía castellana” en 1609 y un par de obras para narrar la trayectoria vital del citado Fray García Guerra y su lastimera muerte.

En 1614, el autor del primer gran “bestseller” de la literatura en castellano moría pobre la ciudad de México. Con una vida agitada y no exenta de claroscuros, el autor del “Guzmán de Alfarache” no fue un héroe por sus hechos de armas pero sí lo fue de las letras en los albores del siglo de Oro.

Termino con una de sus citas más célebres. “Deben buscarse los amigos como los buenos libros. No está la felicidad en que sean muchos ni muy curiosos; sino pocos, buenos y bien conocidos”.

Seguramente ya han adivinado cuál será una de mis próximas lecturas…

Pedro de Candía, el artillero de «los trece de la Fama»

Pedro de Candía es sin duda uno de los personajes más emblemáticos de los “trece de la Fama” por todo lo que vivió y especialmente por su papel clave en la conquista del Perú y sucesos posteriores. Junto a otros doce hombres decidió apostar todo por Francisco Pizarro cuando lo más prudente hubiera sido volver a Panamá desde aquella minúscula isla del Gallo en la que se habían refugiado tras padecer tremendas calamidades.

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Fragmento de las capitulaciones entre Francisco Pizarro y la reina Isabel, esposa del emperador Carlos. 26-07-1529. Aparecen los nombres de los «trece de la Fama». Fuente: PARES, Archivo General de Indias.

¿Era griego? Así lo asegura la historiografía, situando su origen en la isla de Creta, aunque algunos autores lo pongan en duda, pues se casó en Extremadura donde dejó a su mujer tras viajar a las Indias. Lo que sí parece más evidente es que era un experimentado soldado, artillero para más señas, y que se había fogueado convenientemente en el norte de África (Orán, Trípoli) e incluso en la batalla de Pavía (1525).

De fortaleza imponente y alta talla, era de esos soldados que impresionaban al verle con su celada, cota de malla, espada, rodela y arcabuz. Cuando el piloto Bartolomé Ruiz regresó de Panamá con socorro y refuerzos para los “trece de la Fama”, la expedición continuó hacia el sur y dieron con Tumbes, primer asentamiento que les mostró las primeras señales claras de la riqueza y magnitud del imperio inca. Pedro de Candía fue de los primeros en desembarcar e hizo una demostración de fuego con su arcabuz, quedando los naturales impresionados ante el estruendo y poder de aquél artefacto.

Luego acompañó en su viaje a España a Francisco Pizarro en 1529 y narró con elocuencia lo visto en Tumbes y las riquezas que prometía el Perú, contribuyendo así a recabar el apoyo de la Corte y del Consejo de Indias a la definitiva empresa de conquista del capitán extremeño.

Su presencia en Toledo la aprovechó para conseguir algunos nombramientos y ventajas por encima de las recibidas por sus compañeros de fatigas de la isla del Gallo. Así, se le nombró artillero mayor del Perú con salario de 60.000 maravedíes anuales y también regidor de Tumbes. El archivo de Indias también nos dice que obtuvo exención de almojarifazgo –impuesto sobre las mercancías- para él y su mujer además de permiso para llevar dos esclavos negros y un caballo.

Pedro de Candía regresó a Panamá junto a Pizarro y tuvo una destacada participación en la conquista definitiva de los dominios incas. Estuvo presente en Cajamarca junto a unos 170 castellanos que realizaron la celada a las huestes de Atahualpa. Los cronistas de aquellos hechos coinciden en que el estruendo provocado por los disparos de dos falconetes y algunos arcabuces dispuestos por él en la techumbre de un templo de la plaza principal provocó el caos y el pánico entre los incas, factor clave para atrapar al aturdido mandatario.

De hecho, su importante papel entre la tropa y la confianza que en él tenía Pizarro hicieron que en el reparto del botín del célebre rescate de Atahualpa Pedro de Candía fuera uno de los que recibió un mayor lote de oro y plata, sólo por detrás de lo asignado a Francisco Pizarro, Hernando Pizarro, Hernando de Soto y Juan Pizarro. Consta en el reparto oficial consignado por Pedro Sancho de la Hoz en junio de 1533 que al artillero se le pagaron 407,2 marcos de plata y 9909 pesos de oro, una considerable suma.

Candía participó luego en la refundación de Cuzco y fue uno de sus dos primeros alcaldes ordinarios en 1534. En 1536 también combatió en la defensa de dicha ciudad ante al cerco y ataque de Manco Inca. Tras encabezar sin éxito una exploración de conquista de otros territorios del inmenso incario y gastar en ella buena parte de su fortuna, el artillero se vio envuelto como casi todos en las guerras intestinas que se desataron entre almagristas y pizarristas.

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Así representó el asesinato de Francisco Pizarro por parte de Diego de Almagro «el mozo» el cronista indígena Felipe Guamán Poma de Ayala a comienzos del siglo XVII.

Fiel a los hermanos Pizarro, estuvo en su bando frente al de Diego de Almagro pero todo cambió tras el posterior asesinato  de Francisco Pizarro por Diego de Almagro “el mozo” en junio de 1541. Candía, obligado en parte seguro por las circunstancias, se enroló en la tropa de éste quien, ya en abierta rebelión, se oponía a la autoridad de Vaca de Castro, enviado del emperador para poner orden en el Perú.

Al mando de la artillería de Diego de Almagro “el mozo”, dada su valía y experiencia acreditadas, fundió muchos cañones, falconetes y arcabuces para constituir una poderosa arma de artillería y vencer a las tropas de Vaca de Castro.

Así se llegó a la decisiva y sangrienta batalla de Chupas entre ambas fuerzas que tuvo lugar en septiembre de 1542. ¿Qué ocurrió? La poderosa artillería al mando de Pedro de Candía falló estrepitosamente, errando el tiro la mayoría de sus cañones. Todo apunta a que las dudas de última hora sobre su papel en la contienda hicieron que deliberadamente inutilizara un arma tan poderosa a su cargo capaz de desnivelar la contienda en un último intento por congraciarse con la autoridad del enviado del emperador. También puede que simplemente fuera una equivocación en la orientación o ángulo de disparo de los cañones, aunque dado su dominio sobre aquellas armas no parece muy verosímil que cometiera dichos fallos de una manera involuntaria.

El caso es que en plena batalla, al ver Almagro lo que acontecía y la nula efectividad de su poderosa artillería, arremetió al galope y hecho una furia contra su capitán Candía matándole de varias lanzadas al considerar que le estaba traicionando en aquellos momentos decisivos de la lucha.

En esto coinciden todas las crónicas de aquellos hechos y tal parece que fue el trágico fin de uno de los mayores protagonistas de los “trece de la Fama” en la conquista del Perú… Por supuesto, la batalla de Chupas la perdió el bando de Diego de Almagro “el mozo”, siendo ajusticiado con celeridad.

 

Antón de Carrión, uno de «los trece de la Fama»

Hoy me centraré en contarles lo que sé y he encontrado sobre Antón de Carrión, uno de “los trece de la Fama” que siguieron a Francisco Pizarro cuando peor pintaba su empeño en continuar hacia el Perú. Este hidalgo fue uno de los pocos que permanecieron fieles al extremeño, apostando por el sueño de alcanzar el mítico y rico dominio de los incas.

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Como muchos de ustedes, conocía grosso modo el episodio histórico en cuestión pues es uno de los más célebres de la Conquista del Perú. Un agradable paseo por la bella Carrión de los Condes, localidad palentina cargada de historia, me hizo reparar en la placa de cerámica con la que se recuerda a este hijo suyo que vivió una aventura sin igual y fue uno de “los trece de la fama”. Hoy, como sus otros doce compañeros, yace en el baúl del olvido…

En 1527, en la segunda expedición comandada por el extremeño hacia el Perú, las fuerzas flaqueaban, el hambre abundada, las flechas de los naturales habían hecho estragos diezmando la expedición y las riquezas prometidas brillaban por su ausencia. Tan sólo unas pocas decenas de hombres sobrevivían como podían junto a Pizarro en la isla del Gallo –entre ellos nuestro Antón de Carrión– muchos querían volverse a Panamá y el capitán, tenaz y orgulloso, se negaba a abandonar su empresa pese a las calamidades sufridas hasta la fecha.

Es entonces, en una situación límite ante las adversidades y el descontento de muchos de sus hombres, cuando Pizarro traza una raya en el suelo con su acero toledano y pronuncia aquella mítica frase:

“Por aquí se va a Panamá a ser pobres, por este otro al Perú a ser ricos; escoja el que fuere buen castellano lo que más le estuviere”

Así al menos es la versión más extendida que ha llegado hasta nuestros días por mor de los cronistas e historiadores, apoyándose en múltiples documentos de la época que confirman los hechos. Ahora bien, entre los detalles que nos cuentan los investigadores hay ciertas variaciones, tanto en el número de los que pasaron la raya con Pizarro (doce, trece, catorce o dieciséis según la fuente que se consulte) como en la propia identidad de alguno de aquellos aventureros.

En cuanto a la escenografía concreta de aquél instante del verano de 1527 –la raya en el suelo trazada con la espada y las palabras de Pizarro– es imposible saber si fue exactamente así, aunque suena más bien a una recreación idealizada de aquél momento realizada por cronistas posteriores.

Si han pasado a la historia como “los trece de la Fama” ha sido sobre todo por la capitulación hecha por Francisco Pizarro con la reina Isabel en julio de 1529 y en la que se reconoce el esfuerzo y padecimientos de 13 de sus hombres, para los que Pizarro pide mercedes. A continuación, en el mismo documento, se citan sus nombres: Bartolomé Ruiz (piloto), Cristóbal de Peralta, Pedro de Candia, Domingo de Soraluce, Nicolás de Ribera, Francisco de Cuéllar, Alonso de Molina, Pedro Alcon, García de Jérez, Antón de Carrión, Alonso Briceño, Martín de Paz y Juan de la Torre.

La reina les concede la hidalguía a aquellos hombres o, en el caso de que la tengan, el título de caballero de espuelas doradas…

“… porque vos me lo suplicasteis e pedistes por merced, en nuestra voluntad de les hacer merced, como por la presente vos la hacemos a los que de ellos no son idalgos, que sean idalgos notorios de solar conocido en aquellas partes, e que en ellas y en todas las nuestras Indias, islas y tierra firme del mar Océano, gocen de las preeminencias e libertades, e otras cosas de que gozan, y deben ser guardadas a los hijosdalgo notorios de solar conocido dentro nuestros reinos, e a los que de susodicho son idalgos, que sean caballeros de espuelas doradas, dando primero la información que en tal caso se requiere”.

Antón de Carrión, hidalgo natural de Carrión de los Condes, era uno de aquellos que se enroló en las expediciones del extremeño que partieron de Panamá a partir de 1524. Poco se sabe de él pero algunos documentos del archivo de Indias nos dan algunas pistas…

Declaró como testigo en las probanzas de sus compañeros García Jarén, Cristóbal de Peralta y Pedro de Candía en 1528, declarando que era el alférez real de la expedición y resaltando los muchos padecimientos de los “trece de la fama”.

Por otros documentos que a continuación citaré, no parece que Antón de Carrión se enrolara de nuevo en la tercera y definitiva expedición de Francisco Pizarro a partir de 1531, la que concluyó con la conquista del Perú.

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En 1532 se le cita como “vecino de Panamá” al otorgarle el emperador escudo de armas: “un escudo colorado con vna torre blanca sobre vnas hondas de mar e quatro ruedas de carros de oro e vna orla verde con ocho g[r]anos de oro”. (Muy parecido al que se representa en la placa de cerámica de su pueblo y que aquí les muestro con mayor detalle).

También de ese año, 1532, la reina Juana de Castilla a Francisco Pizarro “le recomienda a Antón de Carrión y le manda que le favorezca y dé repartimiento de tierras y solares, como a los demás vecinos de la provincia del Perú”. Documento que viene a respaldar al anterior y la hipótesis de que no formó parte de la tercera expedición del extremeño.

Por último, una real cédula sobre su persona datada en septiembre de 1538 nos viene a dar la razón más poderosa para que Antón de Carrión no continuara enrolado en la conquista del Perú…

“Real Cédula de D. Carlos a Francisco Pizarro, gobernador del Perú, por la que le manda tenga por muy encomendado en los repartimientos a Antón de Carrión, descubridor de Tierra Firme y del Perú, donde fue uno de los 10 que desembarcaron con Pizarro en Túmbez, en cuyo descubrimiento quedó ciego.”

Así es amigos, resulta que Antón de Carrión quedó ciego cuando, tras el episodio de la isla del Gallo, Bartolomé Ruiz llegó con un barco, víveres y refuerzos para socorrer a aquellos “trece de la fama”. Continuaron hacia el sur y dieron con la ciudad de Tumbes, primer lugar donde tuvieron vestigios claros de la riqueza de los dominios incas. Él fue uno de los que desembarcaron a explorar y, en algún incidente o contienda, perdió la visión…

He querido rescatarlo del olvido y me alegro de que Carrión de los Condes por lo menos dedique y conserve esa placa en su recuerdo…

Don Blas de Lezo en la Casa de América… en su casa

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Don Blas de Lezo. (Foto del autor).

Sobre Don Blas de Lezo y Olavarrieta, insigne marino y héroe en la defensa de Cartagena de Indias en 1741, escribí hace un tiempo (Ver https://wp.me/p485gT-J) con motivo de la inauguración de su estatua en la plaza de Colón de Madrid. Hoy lo vuelvo a hacer, aunque sea brevemente, tras visitar la última exposición que sobre su figura y la gesta americana que protagonizó se muestra estos días en la Casa de América de Madrid.

Lo primero, por supuesto, es recomendarles que se acerquen a verla. Es gratuita, se ve en un rato y saldrán de allí con mejores nociones de aquellos años de la primera mitad del siglo XVIII y de cómo este vasco tullido, a la par que tenaz e inteligente, pudo rechazar a una flota inglesa de dimensiones nunca antes vistas pese a la inferioridad numérica y de recursos que disponía entonces.

La exposición se centra en resumir los hechos por los que hoy es mayormente recordado y reivindicado tras permanecer muchos años en el cajón del olvido: la heroica defensa que comandó del estratégico enclave de Cartagena de Indias en el marco de la Guerra del Asiento o Guerra de la Oreja de Jenkins.

Precisamente, el recorrido de la muestra comienza por situar al visitante en aquellos años previos a la defensa de Cartagena protagonizada por Blas de Lezo en 1741. Un periodo de tensiones con los ingleses por el control de las rutas comerciales con América, en el que los primeros trataban de romper el monopolio español con el contrabando y la piratería mientras los segundos inspeccionaban y requisaban las mercancías que de una manera ilícita transportaban dichos navíos.

De ahí surge la mecha que prendió todo, aunque en realidad el caldo de cultivo de la enemistad y hostilidad entre ambos países era ya amplio y recurrente, acrecentada tras la firma del tratado de Utrech que puso fin a la guerra de Sucesión española en 1713 y por el que España perdió Gibraltar y Menorca a manos de la pérfida Albión. La isla mediterránea la recuperó España en 1782, en cuanto a Gibraltar, pues ahí está, cuestión perdida me temo…

También se incluyen unos paneles explicativos sobre la trayectoria vital y sobre todo militar de don Blas de Lezo: las contiendas en las que participó y las misiones y cargos encomendados hasta llegar a Cartagena de Indias. Por último, un mapa de situación y más paneles narran los principales hechos de la defensa de Cartagena.

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Maqueta del navío Galicia. (Foto del autor).

En cuanto a los apoyos o piezas expositivas me quedo con las estupendas maquetas de la fortaleza de San Felipe de Barajas y de otros dos baluartes defensivos más pequeños. También, la maqueta del navío Galicia, nave capitana de los seis barcos con los que contaba Blas de Lezo y que fueron inteligentemente utilizados para defender de la mejor manera posible la ciudad ante una flota inglesa impresionante de más de 150 barcos de todos los tipos.

Varios magníficos cuadros –me encanta el que representa la retirada inglesa- uniformes militares, bustos y algunos manuscritos sobre el insigne marino –creo que sólo uno de don Blas de Lezo si no mal recuerdo- acompañan también al visitante en su recorrido.

Visitando esta exposición en la Casa de América recordé otra que hubo en el Museo Naval hace unos tres años. Aquélla era más amplia y contaba con una recreación audiovisual extraordinaria en la que se explicaban con detalle las vicisitudes y principales hechos del asedio infructuoso de los ingleses y la inteligente y brava defensa del enclave español por don Blas de Lezo y los suyos.

En cualquier caso, les recomiendo visitar esta nueva oportunidad de acercarnos a la figura de este gran marino para recordar los hechos por él protagonizados en la defensa de Cartagena de Indias… Al fin y al cabo, don Blas de Lezo está en la Casa de América… en su propia casa.

Tienen hasta el 16 de marzo para visitarla, no se la pierdan… Luego irá a Boadilla del Monte, San Sebastián de la Gomera y otros destinos.

Tienen más información en la web de la Asociación Cultural Blas de Lezo, http://www.acblasdelezo.es/

Gonzalo Jiménez de Quesada… ¿el Quijote conquistador?

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Estatua de Gonzalo Jiménez de Quesada en Bogotá. (Foto del autor).

No es el primero que apunta en esa dirección pero sí el último… Acabo de leer con gusto el libro de Pablo Victoria “El tercer conquistador. Gonzalo Jiménez de Quesada y la conquista del Nuevo Reyno de Granada” dedicado a la figura y la gesta protagonizada por este conquistador, fundador de Santa Fe de Bogotá y a quien el autor sugiere, nada menos, como figura real inspiradora para Cervantes de su Quijote.

El escritor colombiano, apasionado amante e investigador de nuestra Historia en América –imprescindible es su libro “El día que España derrotó a Inglaterra” sobre la defensa de Cartagena de Indias por parte del insigne marino Blas de Lezo– ofrece varios argumentos y coincidencias entre el conquistador y el ingenioso hidalgo manchego para sugerir esta posibilidad.

El primero de ellos es que Gonzalo Jiménez de Quesada (1509-1579) era pariente de Catalina de Salazar, esposa de Cervantes y, por tanto, pudo conocer por algún familiar las aventuras del conquistador y, por ende su esposo, el luego universal escritor.

Pablo Victoria apunta también que al igual que don Quijote, Jiménez de Quesada era alto y delgado, con luengas barbas, enjuto y seco de rostro. Además, ambos fueron solteros y no tuvieron hijos, testaron en favor de una sobrina y dejaron como albaceas a un cura y a un letrado. Los dos fueron hombres de letras y también de armas, sufrieron por amor, persiguieron Dorados inexistentes y padecieron mil desventuras e infortunios para terminar sus días enfermos, pobres y olvidados,…

También nos recuerda Victoria que Miguel de Cervantes solicitó su pase a las Indias en dos ocasiones, pidiendo ocupar alguno de los puestos vacantes, entre ellos dos en el Nuevo Reyno de Granada conquistado poco antes por Gonzalo Jiménez de Quesada.

Lógicamente, los primeros párrafos del Quijote en el que Miguel de Cervantes juega magistralmente con la ambigüedad juegan también a favor de esta hipótesis recuperada ahora por el autor colombiano…

“Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren dezir que tenía el sobrenombre de Quixada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad…”.

Debe también apuntarse que hubo otros antes de Pablo Victoria que también apuntaron la posibilidad de que Gonzalo Jiménez de Quesada, el conquistador de la Nueva Granada –actual Colombia- inspirara a Cervantes para reflejarlo en todo o en parte en su Quijote. Otro escritor y compatriota suyo, Germán Arciniegas, los había comparado con anterioridad en su obra “El caballero del Dorado”, reflejando las similitudes entre ambos personajes, uno real y otro salido de la pluma de Cervantes para gloria inmortal de las letras españolas.

Hace muy poco, con motivo del cuarto centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote en 1615, dos investigadores españoles hallaron interesantes documentos sobre quien pudo inspirar a Cervantes en su configuración de aquel genial hidalgo manchego, lector empedernido de libros de caballerías. (Ver https://elpais.com/cultura/2014/12/07/actualidad/1417983722_234613.html).

Los hallazgos se centran en dos manchegos coetáneos a Cervantes y de los que éste pudo tener noticia: Francisco de Acuña, quien en 1581 se vestía con armadura para espantar a lanzazos a sus enemigos y Rodrigo Quijada, quien había comprado su hidalguía y tenía su escudero como don Quijote a Sancho.

Personalmente pienso que nunca se sabrá a ciencia cierta en quien o quienes se basó Cervantes para crear al genial don Quijote. Puede que en uno de ellos, en varios o en ninguno en concreto… En el caso que les expongo, como el propio Pablo Victoria apunta, él no asegura que Jiménez de Quesada inspirara al Quijote pero sí que resalta las coincidencias y apunta a esa posibilidad, quizás por afinidad a ambos personajes, uno real como fue el conquistador de Colombia y otro ficticio, surgido de la mente y genialidad de Cervantes.

El Quijote, como toda novela, plasmó la realidad de su tiempo y de los hechos que su autor, Miguel de Cervantes, vivió, leyó, escuchó o conoció, como no podía ser de otra manera. La grandeza del personaje es tal que no creo que, aunque haya ciertas similitudes con algunos de los mencionados con anterioridad, nunca se ponga en duda la tremenda imaginación y creatividad del que escribió aquella obra universal.

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Placa de la calle Real en Bogotá (Foto del autor).

Termino recomendándoles la lectura de “El tercer conquistador. Gonzalo Jiménez de Quesada y la conquista del Nuevo Reyno de Granada”, de reciente aparición. De una expedición que partió de Santa Marta con más de mil hombres sólo sobrevivió poco más de un centenar para, un año después, fundar la ciudad de Santa Fé (Bogotá) en 1538.

Indios antropófagos que sacrificaban a bebés y adolescentes, ríos y selvas impenetrables, montañas y ciénagas, mosquitos y alimañas salvajes, lluvias torrenciales, humedad exasperante, enfermedades y flechas con ponzoña tuvieron que sufrir aquellos hombres al mando de Quesada, un tipo tenaz que, años después, ya anciano y obsesionado con un imposible, comandó una de las últimas expediciones en busca de aquél Dorado que no existía, muriendo enfermo y olvidado en un aldea de la actual Colombia…

Pablo Victoria compara su gesta con las de Cortés y Pizarro, rescatando del olvido a este andaluz que no halló mayor reconocimiento en vida pese a sus hazañas y a los muchos años de entrega en pos de la gloria…

El genocidio Selknam en Tierra del Fuego

Hasta mi reciente visita a la isla grande de la Tierra del Fuego poco conocía de este tremendo y lamentable episodio ocurrido a finales del siglo XIX y primeros del siglo XX –ojo al dato, antes de ayer-. En ese periodo se llevó a cabo un genocidio en toda regla, acabando con los habitantes originarios de estas tierras lejanas azotadas por los vientos y el frío, los selknam u onas, como prefieran.

Chilenos, argentinos y mercenarios/aventureros ingleses fueron los causantes de ello. No, esta vez no fueron los españoles, tantas veces mentados como meros asesinos sanguinarios y violadores, a los que se les acusa de todos los males ocurridos en América y apenas se reconoce nada de lo bueno que tuvo el descubrimiento, conquista y posterior asentamiento durante varios siglos en aquél continente, dando lugar a un rico mestizaje y a que hoy en día sean ya más de 570 los millones de personas que hablan español en todo el mundo.

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Selknam u ona de Tierra del Fuego. Foto autor.

El oro encontrado en algunos de sus ríos y, sobre todo, la idoneidad de estas extensas y frías tierras para la cría de ovejas hizo que los hombres blancos se interesaran por esta isla, olvidada hasta entonces y habitada por unos cuantos miles de indios selknam, nómadas cazadores y recolectores que poblaban el norte y centro de esta isla desde no se sabe bien cuando.

Con la llegada de los hombres blancos llegaron los inevitables conflictos con aquellos indios que no conocían la propiedad privada y que veían amenazado su modo de vida, nómada y libre, por aquellas estepas extremas del fin del mundo. Los recién llegados pronto les vieron como una amenaza o un estorbo para su asentamiento y la expansión de sus negocios, así que comenzaron a cazar guanacos –su principal sustento, ya que de él sacaban carne, pieles, calzado,…- y, posteriormente, a cazarlos a ellos.

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Mural sobre el genocidio Selknam. Foto del autor.

Los rebaños de ovejas invaden la isla por decenas de millares y los indios selknam son acorralados por mercenarios contratados para acabar con ellos, organizándose auténticas batidas de hombres armados con rifles de repetición frente a las flechas. Cuantos más matabas más cobrabas, era así de sencillo, teniendo que aportar como prueba las orejas, las manos o las cabezas de los selknam abatidos para recibir la recompensa. ¿Cómo se quedan? Así fue amigos, antes de ayer como dije antes…

Lógicamente, las estancias ganaderas y la caza masiva de guanacos hicieron que los selknam llevaran a cabo asaltos y robos de ovejas para sustentarse y obtener comida, lo que conllevó aquella feroz represión, sin escrúpulos de ningún tipo, contra esos miles de indios que amenazaban el negocio de aquellos que iban a acabar para siempre con aquellos salvajes molestos…

Quienes viajaban a bordo de los barcos que surcaban el estrecho de Magallanes llegaban a efectuar prácticas de tiro contra los selknam cuando divisaban alguna fogata en el norte de la isla –tal y cómo las había visto Magallanes al cruzar el estrecho en 1520-, imagínense la impunidad y salvajismo de este genocidio ocurrido hace muy poquito tiempo.

A finales del siglo XIX, cuando ya la matanza había provocado miles de víctimas entre los selknam, el gobierno chileno trató de poner a salvo a unos pocos centenares de ellos, los supervivientes de las cacerías y expediciones de exterminio. Una especie de misión o reserva se puso en marcha en la isla Dawson pero, acabado para siempre su modo de vida nómada y acosados por las enfermedades llevadas por aquellos hombres blancos, ningún selknam sobrevivió y, por tanto, ningún selknam puede encontrarse hoy en día en la Tierra del Fuego, como mucho algunos mestizos en el sur de la isla grande.

En fin, así fue amigos y me apetecía contárselo, ya que de leyendas negras y de supuestos genocidios cometidos por españoles en América uno ya empieza a estar un poquito harto. Viajen un poco por aquél mágico continente y díganme donde no hay indios o sólo quedan unos centenares encerrados en reservas… Verán que, en la mayoría de los casos, es donde no se asentaron los españoles sino que lo hicieron los ingleses o donde las nuevas naciones surgidas de la independencia a comienzos del siglo XIX arrasaron sin pudor a sus propios pueblos originarios.

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Pingüinos rey en la isla gran de Tierra del Fuego. Foto autor.

En cuanto a la isla grande de Tierra del Fuego, el petróleo y el gas son explotados hoy en día tanto en la zona chilena como en la argentina. Se siguen viendo guanacos por aquellos páramos ventosos, aunque muchas más ovejas, el viento frío es perenne y el turismo está llegando a la zona chilena de la isla, atraído sobre todo por la colonia de pingüinos rey –el segundo en tamaño tras el antártico pingüino emperador- que desde hace un tiempo se puede ver cerca de la Bahía Inútil, a unas dos horas de Puerto Porvenir.

Por el Estrecho de Magallanes, 500 años después…

La ciudad chilena de Punta Arenas, cosmopolita y abierta, americana y europea, es el centro neurálgico del Estrecho de Magallanes. Fundada a mediados del siglo XIX, es además el campamento base de multitud de expediciones antárticas. De hecho, próximamente allí se ubicará el Centro Antártico Internacional, dado su enclave y puerto estratégico.

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Un servidor en Punta Arenas, ante Fernando de Magallanes.

En su plaza principal, una gran estatua de Fernando de Magallanes otea el horizonte en recuerdo de su gesta y la de poco más de 200 hombres que partieron desde San Lúcar de Barrameda en noviembre de 1519 con la misión de costear el sur del continente americano hasta dar con un acceso natural que les comunicara con el Mar del Sur para continuar travesía hacia el este, hacia las islas de las Especias.

A los pies del navegante portugués está la figura de un indio patagón, así llamado por Magallanes al ver su estatura y, sobre todo, sus grandes pies. Todo aquél que visita este lugar y quiere regresar debe tocar y besar el pie del indio… A tenor de cómo está el pie citado muchos seremos los que quizás volveremos por estas tierras… ¡Ojalá!

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Cumpliendo la tradición junto a mi hija…

Hallado dicho paso tras dos años de travesía plagados de penalidades, frío helador, hambre y motines entre los cinco barcos que componían la expedición, casi un mes les llevó atravesarlo desde el Atlántico hasta el Mar del Sur, denominado por Magallanes “Oceáno Pacífico” al encontrarlo en calma tras sufrir numerosas tormentas y vendavales infernales en su larga singladura anterior.

Sólo tres de los cinco navíos llegaron al Pacífico -uno había naufragado previamente y otro desertó- y continuaron viaje hasta llegar a las islas Filipinas primero –donde murió Magallanes a manos de los indios- y más tarde a las Molucas. Finalmente, casi tres años después de su partida, en septiembre de 1522, sólo 18 hombres al mando de Juan Sebastián El Cano pudieron regresar a España en la nao Victoria para dar cuenta de su hazaña.

Aquellos 18 hombres habían sido los primeros en circunnavegar la tierra al hallar el anhelado paso entre ambos océanos y regresar a España para dar cuenta de ello. Supervivientes casi milagrosos de mil peligros y penalidades, tres años después de su partida volvían débiles y enfermos pero cargados de especias y de mil aventuras que contar.

Prestos a conmemorar como se merece los 500 años del descubrimiento del Estrecho de Magallanes, he querido recordar brevemente su gesta pues he tenido la fortuna de viajar recientemente por aquellas lejanas tierras y de surcar las aguas del mítico Estrecho de Magallanes.

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Cruzando el Estrecho de Magallanes desde Tierra del Fuego.

Lo hice de norte a sur y viceversa –por dos lugares diferentes- desde la ciudad chilena de Punta Arenas hasta la isla grande de Tierra del Fuego, en concreto a Puerto Porvenir en la parte chilena de dicha isla mítica (actualmente el 52% pertenece a Chile y el 48% a Argentina).

En este inolvidable viaje me impresionó sobremanera rememorar su historia y tratar de imaginar sus temores, angustias, peligros, enfermedades, fríos, tempestades, hambre y dificultades de todo tipo que protagonizaron en sus carnes aquellos hombres intrépidos hace 500 años. Pese a haber estado allá durante el verano austral, los fríos vientos te acompañan siempre y la temperatura se eleva apenas unos cuantos grados sobre 0, lo que obligó a un servidor a hacerse con un gorro y guantes para tapar su cabeza, orejas y manos… Imagínense hace 500 años como sería la cosa para aquellos hombres.

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Telesilla del Club andino, en el cerro Mirador. Punta Arenas, el mar y al fondo la isla de Tierra del Fuego.

 

 

 

 

 

 

 

De Punta Arenas, aprovecho para recomendarles un paseo por la costanera, azotada siempre por una más que fresca brisa, patear sus calles principales y subir a dos miradores: el del cerro de la Cruz, en la propia ciudad y el del Club Andino, en el cerro Mirador donde en invierno se puede esquiar con vistas al mar. Tras tomar el telesilla y ascender hasta allí el panorama que se divisa es espectacular, con Punta Arenas abajo, el mar del Estrecho de Magallanes a continuación y al fondo la isla grande de Tierra del Fuego. Lógicamente, con la altura el viento se hace más presente pero la visión que uno tiene merece mucho la pena, pues además estás rodeado de bellos bosques de lengas, árbol aclimatado a dicho clima y latitudes extremas.

Si quieren comer bien pidan el cordero magallánico, muy presente en esta zona, y pescado, sobre todo pejerrey, merluza austral y congrio. Nada es barato en Punta Arenas y el extremo sur de Chile, su lejanía y riguroso clima hacen que casi todo tenga que traerse del resto del país, lo que sin duda encarece su precio (frutas, verduras,…) pero merece mucho la pena llegar hasta el fin del mundo…

En una próxima entrega les contaré lo que hallé en la isla grande de Tierra del Fuego

«Oro», como hacer de la historia una ficción…

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El otro día fui a ver “Oro”, película dirigida por Agustín Díaz Yanes y basada en un relato inédito de Arturo Pérez Reverte. Me gustó verla –lo que no quiere decir que me resultara totalmente satisfactoria- y tiene escenas muy dignas, recreadas con cuidado y esfuerzo para resultar efectistas en la gran pantalla. Bebe claramente de algunos episodios y hechos acaecidos en la conquista de América, pero es una película de ficción, la traslación al cine del texto escrito de Reverte, un relato o novela histórica.

La conquista de América, olvidada y sobre todo vilipendiada en estos tiempos de zozobra histórica, sectarismo y apología de lo políticamente correcto, fue un hecho impresionante que tuvo como protagonistas a rufianes, frailes corruptos y sanguijuelas varias pero también a hombres de honor, religiosos defensores de los indios y gentes de diferente condición que trataban de buscarse la vida en el Nuevo Mundo en unos tiempos difíciles y duros para casi todos.

“Oro” es una película de ficción que mezcla o toma prestados episodios diferentes de aquellos tiempos. Inevitable no recordar nada más comenzar y durante toda la película la sangrienta expedición de Pedro de Ursúa y el “loco” Lope de Aguirre en la búsqueda de El Dorado, a Francisco Pizarro en la isla del Gallo cuando se plantean si seguir o retroceder, a Gonzalo Guerrero en el personaje interpretado por Juan Diego, a Núñez de Balboa en el final de la película, etc.

El relato de Pérez Reverte –que imagino será publicado en unos meses bajo el mismo título de la película o similar, ya saben “la novela sobre la conquista de América que inspiró “Oro”– habrá que leerlo cuando se publique para ver en cuánto y en cómo se parece a la película visionada, en una interesante inversión de papeles no habitual. Seguramente será mejor.

Como he dicho al principio, me gustó ver la película y aprecio el esfuerzo invertido por recrear aquella época, circunstancias y personajes de la conquista de América. Por supuesto, los que más abundan son los personajes oscuros, los rufianes, la sangre por doquier y el único religioso que aparece es un corrupto libidinoso, como no podía ser de otra manera. Se tiende a jugar a favor de obra  y a reflejar lo que más se resalta hoy en día de aquellos hechos, que todos o casi todos eran hombres viles… cuando no era así, simplemente eran hombres y mujeres de su tiempo, de toda condición, también con honor, y con una mentalidad, códigos y leyes muy diferentes a los actuales.

Mi principal crítica no es a la película en sí –recomiendo que vayan a verla- sino al cine español en general. Teniendo a personajes impresionantes como Cabeza de Vaca, Cortés, Ojeda, Balboa, Orellana, Pizarro –cualquiera de los hermanos-, Valdivia, El Cano, Coronado y un largo etcétera, nadie se atreve a tratar de reflejar en la gran pantalla lo que vivieron estos tipos de carne y hueso. No habría que inventarse nada, todo está escrito, y sus peripecias, hazañas, luces y sombras no dejarían indiferente a nadie.

Si los citados, y otros muchos que no menciono por no cansarles, fueran ingleses, franceses o no digo ya estadounidenses las películas sobre ellos serían abundantes, con un despliegue de medios tremendo y obteniendo seguramente un gran éxito de público y crítica… pero todos tuvieron la mala fortuna de ser españoles. Ajo y agua.

Por ponerles sólo un ejemplo, no conozco mayor gesta y aventura que la protagonizada por Alvar Núñez Cabeza de Vaca, un tipo que en 1528 desembarca en la Florida, fracasa la expedición entre mil penalidades y sobrevive como puede entre los indios, siendo esclavizado primero, luego convirtiéndose en médico o curandero, más tarde en mercader entre los indios de la costa y el interior para acabar escapando y recorriendo gran parte de Norteamérica a pie en un ejercicio de supervivencia brutal. Así pasó más de ocho años, contándolo luego en “Naufragios”…

¿Para cuándo una película sobre Cabeza de Vaca? A ver si alguien afronta el reto, aunque lo dudo, no vaya a ser que se nos caiga el mito de que los castellanos de aquél tiempo eran únicamente hombres sanguinarios y violadores sedientos de oro…

Ver… https://wp.me/p485gT-2L